Devotio moderna
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   Se denomina con esta expresión las modalidades más personales que corporativas que, como resultado de las pro­pensiones intimistas y el nacimiento de la cultura humanista de los siglos XIV y XV, se extendieron por Europa en la Edad moderna.
   Esta devoción "actualizada", caracteri­zada por la mayor sensibilidad e intimi­dad, el gusto por la plegaria personal, el cultivo de la meditación, el amor a Jesu­cristo, encuentra en los humanistas (E­rasmo, Luis Vives, Tomas Moro) su mejores defensores y en el libro de "La imitación de Cristo", del canónigo de la Orden de Windesheim Tomás de Kem­pis (1480-1571), su más expresiva mani­festación escrita. Este libro, el Kempis, fue durante siglos guía espiritual de vida cristiana en el conjunto de la Iglesia.
    En determinadas instituciones religio­sas, como en la Compañía de Jesús, el pequeño libro guía de los "Ejercicios espirituales" de S. Ignacio de Loyola refleja una espiritualidad intimista similar con sus concepciones militaristas de la vida religiosa personal.
   Con todo, el estilo de la devotio moderna era respuesta a las nuevas formas de entender la vida espiritual, propia del alma personal y fruto de la conciencia individual, responsable sola ante Dios de los que en ella acontece. Para ello había que cultivas la intimidad, la meditación en soledad, el sentimiento religioso, la asce­sis en secreto.
   El individualis­mo y el riesgo de subje­ti­vismo abrieron las puertas a los principios del libre examen y a la ruptura con las jerarquías. Ello explicaría lo abonado que estaba el terreno eclesiástico para la revolución religiosa de Lutero, el cual también tuvo que ver en sus años jóve­nes con el movimiento.
   Pedagógicamente el movimiento estuvo sostenido y promovido por los centros educativos y la predicación de los Hermanos de la vida común, o jeronimianos, fundados por el holan­dés Gerardo Groot (1340-1384) y la pléyade de ascetas y escritores espiritua­es del nuevo estilo que del movimiento nacieron.
    La educación realizada en ese clima intimista y ascético pronto se impuso y prácticamente permaneció como predo­minante hasta los movimientos espiritua­les, litúrgicos, ecuménicos y misioneros del siglo XX, los cuales cobrarían vigor con el Concilio Vaticano II.